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jueves, 24 de noviembre de 2011

De la habitación, en el cabecero, el despertador de inquietudes

Entro por un hueco rectangular a un cubículo amueblado. Cuatro paredes enanas en gotelé y pintura azul celeste. Un cuadro de nudos marineros en la pared más grande. Un poster de Bruce Springsteen en la segunda. En las pequeñas hay lo que cabe. Cuatro estanterías rellenan el espacio alto del zulo. Están en dos colores, azul oscuro y marrón. Soportan inmensidad de cosas decorativas, muchas de ellas insignificantes. Un Marco Aurelio, un David, una avioneta de madera, unas figuritas de U2, las obras de los grandes clásicos de los que he ido aprendiendo, las fotos de comunión de la familia...

Está claro que es mi cuarto. También consta de dos mesas. Una azul para el ordenador, donde suelo perder el tiempo más que aprovecharlo. La otra os reto a adivinar el color. En ella estudio. Tiene un flexo del que cuelga un collar que me dio un ghanés en la JMJ, 2 calendarios, y chismes, cientos de chismes, incluso una pila de dvd's y otra de cd's de música y vídeo.

Como todo cuarto tiene también un armario, donde curiosamente, no guardo mi ropa, pues la meto en uno del pasillo de la casa, sino que ahí almaceno la ropa que no se usa en las épocas del momento (la de invierno en verano y viceversa).
Tampoco le puede faltar la cama, que no es normal, pues está a la altura de la cinturita, quizás un poco más. Por debajo tiene cajones y una segunda cama, ya saben, por eso de las visitas.

Al lado del cabecero, si le puedo llamar así, tengo más libros, el que estoy leyendo y los que tengo intención de leerme. También hay una radio, la cual escucho religiosamente a diario, si no, no puedo conciliar el sueño placentero. Y la pieza estrella curiosamente también se encuentra en esta zona: El despertador. Una maquinaria sencilla en todos los sentidos, tanto en la forma como en su diseño. Ha sido con ella, poniendo la hora a la que me intentaré levantar mañana, que me ha venido a la cabez a la famosa frase de Thoreau: "Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad". Es curioso, estaba pensando en la verdad y en cómo la busco. Me preguntaba si lo hacía bien, si era muy o poco inquieto. He llegado a la triste conclusión de que sólo soy inquieto para lo que quiero, no para lo que me debería interesar en el momento adecuado. Os lo aclaro, puedo estar en clase y ésta me puede resultar un soberano aburrimiento y no atiendo, es decir, no busco la verdad en el momento adecuado. También se da muchas veces el caso contrario, el bueno. Pero adónde quiero llegar es a tocar más palos. Ejemplo, una relación. No pienso en la otra persona ahora mismo con aras de hallar en ella la verdad del asunto. Que no es otra cosa que confirmar si estamos o no juntos en alguna manera que sólo Dios sabe si nos va a hacer bien o mal y de la que cada uno diferimos de esto aunque queremos que las cosas salgan bien.
Y esto me jode. Perdón por la expresión, pero así son los sentimientos, duros pero a la vez bonitos y fascinantes. Si he suscitado alguna inquietud acerca de si estoy junto a una persona o no, lo siento, no la voy a afirmar aquí, pregúntenmelo fuera de estas apáticas líneas.
No aguanto más, pensando en si debo confirmar un sí o un no acerca de la cuestión planteada al final me voy a despedir, creo que voy a seguir el sabio consejo de quién sabe que lo dijo por primera vez que "la almohada es la mejor consejera" y con ella mantendré un diálogo sin palabras sonoras, sólo mentales en el que sólo hablará uno de los dos sujetos, un loco servidor que sólo quiere sentirse bien, cómodo, con la verdad en su posesión.
Adiós.

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