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martes, 31 de mayo de 2011

C- 2

Sentía que le perseguía alguien y aceleró su paso por el estrecho pasillo de la oscura casa. Sólo la luz de un pequeño candil le permitía ver unos pocos metros del largo y angosto pasillo. Llegó al córner, giró, y corrió hacia su habitación. Cerró la puerta con una rapidez pasmosa. El corazón le latía a mil por hora. Menudo susto se acababa de llevar la joven Molly.

Se quedó unos minutos pegada a la puerta tratando de escuchar o sentir a quien ella sentía que le acechaba. Al final no escuchó nada. Probablemente se asustó al ver alguna sombra un poco extraña proyectada en la pared mientras avanzaba hacia la habitación. Poco a poco se fue relajando hasta calmarse por completo. Trató de dormir para olvidar rápidamente el susto que su imaginación le acababa de dar, pero resultó imposible. Tuvo al final que arrodillarse al lado de la cama y realizar un rato de oración hasta conseguir la calma necesaria. Finalmente consiguió dormirse.



Por la mañana, al bajar al comedor, la pequeña Molly mostraba su cansancio con un enorme bostezo. No había dormido mucho.
-Buenos días señorita Molly ¿Cómo se encuentra usted?
-Buenos días Albert, buff, estoy un poco cansada, anoche dormí regular.
-¿Va a tomar lo de siempre señorita?
-Sí, tomaré lo de siempre, café, un par de tostadas y un vaso de zumo de naranja.
-Enseguida.

Mientras Molly degustaba el desayuno que Albert le había preparado, su padre, John F.Griffin, alcalde del pueblo, entró en la sala para saludar a su hija y avisarle de las órdenes del día.
-Hoy tengo que ir al rancho de los Hoover, parece que están teniendo problemas con la cosecha y van a tener que pedir ayuda y quieren que vaya a verles. ¡Malditos rufianes! quieren ganarme con la táctica de sacarme el lado sensible. Martha ya sabe lo que tiene que hacer. Tú acompañarás a tu hermana Monique a la ciudad a comprar unas telas para la habitación principal. Hay que ir cambiando el decorado.
-Está bien papá
-A las dos espero que podamos comer todos juntos.
-Supongo que llegaremos a tiempo.
Tras un largo sorbo a la taza de café que estaba tomando, John se puso de nuevo su sombrero, se ajustó bien el cinturón y se dispuso a marchar rumbo a casa de los Hoover.
-Me voy, que ya llego tarde. Deseadme suerte.
-Suerte señor- dijo Albert.
-Adiós papá- dijo Molly con un tono un tanto agudo y requetepijo.

-Bueno Albert, ya puede ir recogiendo, yo voy a subir a buscar a Monique para decirle que debemos ir a la ciudad. Nos vemos a la hora de la comida.
-Hasta luego señorita, luego la veo- Contestó Albert mientras recogía con sumo cuidado las tazas de café ya acabadas y los platos donde, hace unos minutos, descansaban unas apetecibles tostadas con una pequeña capa de mantequilla y mermelada de melocotón y frambuesas por encima.


¡Con cuidado Monique, que los zapatos costaron lo suyo, que no están para ensuciarlos en el barro! Le recriminaba Molly a su hermana mientras ésta bajaba descuidada del carro que les había acercado a la ciudad. La ciudad era distinta al pueblo, muchas más calles, más largas, más tiendas, más gente, casas de varias alturas, tugurios donde los ciudadanos que habían emigrado mimaban como si la vida les fuera en ello y, en verdad, la vida les iba en ello.
-Siempre me gusta venir a la ciudad- dijo Monique mientras aceleraba su paso para igualarse con su hermana.
-Tenemos que ir a la tienda de Rose, la de las telas, padre quiere que miremos nuevos diseños y que busquemos el más acorde a la casa, quiere remodelarla.
-Qué raro que venga de padre esta idea. ¿A qué crees que se deberá esto hermanita?- preguntó la joven y audaz Monique con cierto aire especulativo.
-Dicen que a padre se le ve bastante cortés últimamente con la señorita de la casa alta. Desde que madre ya no está con nosotros (mientras se santiguan ambas) a padre se le ha visto de mil maneras, y que quieres que te diga, no es quizás la mujer que más me guste para padre, pero si no hay otra mejor…
-¿Por qué dices eso Molly, acaso esa mujer no conviene a padre?
- No lo sé hasta que la conozca bien bien. Por lo que me da, y yo sé que mi instinto casi nunca falla, esa mujer no es cien por cien de fiar, algo guarda y si va en serio con padre no dudes que escarbaré hasta encontrarlo.
-Pues cuidado hermanita, que tus uñas no fueron hechas por Dios para que las ensucies en la búsqueda de trapos sucios de otras personas.
Monique acababa de arrancar una mueca, una media sonrisa picarona de su hermana, la cual, con paso firme subió los dos peldaños que había justo antes de la tienda de telas de Rose y entró por la puerta que con su campanilla avisaba a la ya anciana Rose de que tenía clientes.



James había empleado la mañana para dar una vuelta por el pueblo, quería ir familiarizándose con su nuevo hogar. Entró en la zapatería. Allí conoció a Mark y a su hijo, el aprendiz, Howard. Había entrado para que le arreglase las suelas de unas botas altas.
-Son de muy buena calidad- exclamó Mark.- ¿dónde las compró señor Buster, si puedo saberlo?
-Si le soy sincero Mark, no lo sé, me las regaló mi padre hace unos años ya. Me encantan esas botas. No me las quitaría por nada del mundo salvo porque no puedo pisar tierra firme con esas suelas tan desgastadas.
-Ha debido andar mucho para desgastarlas tanto señor- dijo Howard para entrar en la conversación.
-La verdad es que sí, he venido casi desde la otra punta de la nación a pie- dijo James mientras dejaba boquiabierto al joven aprendiz.
-Las botas las tendrá listas en un par de días, espero que mientras tanto pueda ir tirando con esos botines.
-Muchas gracias Mark, en un par de días nos veremos entonces. Hasta entonces Howard.
-Que tenga un buen día señor Buster.
Justo al salir de la zapatería, James se topó con el alcalde Griffin.
-Lo siento señor, espero no haberle lastimado. Soy James S.Buster. Acabo de llegar al pueblo y, aún cómo ha podido notar, no me he hecho con los sitios y ando un poco a ciegas.
- James, tenga más cuidado, a mi edad, y si encima me llega a pillar con unas copas encima, seguro que me hubiese inflado tanto las pelotas su choque que no hubiese dudado en recriminarle cualquier cosa o incluso, quien sabe, le hubiese pegado un tiro para apartarlo de mi camino, del camino del alcalde, John F.Griffin. (le guiño un ojo mientras le estrechaba la mano al atónito James)
-Vaya, no me esperaba tan buen sentido del humor en este pueblo.
-Aquí somos así muchacho, pero no creas que tampoco te he mentido con lo que pasaría si nos pillas con copas de más.
-Entonces tendré que salir armado señor.
-Mal harías si no portas un arma sobre tus caderas joven.
-Bueno es saberlo alcalde. Si no le importa, he de marchar ya al hostal de Marie, la comida es a las dos y no me gustaría hacerla enfadar con mi retraso.
-No haga esperar a esa mujer, ¡qué mujer! Espero verle al anochecer por el bar, habrá espectáculo de las cabareteras y partidas de póker y siete y media.
-Acepto encantado su propuesta alcalde, allí nos veremos- de nuevo estrecharon su manos y James se despidió haciendo el saludo militar tocándose la punta de su sombrero.

lunes, 16 de mayo de 2011

C-1

Amanecía y el fresco viento de las primeras horaas del día le golpeaba en el rostro, le movía el pelo y le hacía sentir que las 3 horas dormidas durante la noche habían sido pocas para lo que hoy le iba a acontecer el día.

Con paso firme, nuestro misterioso caballero se disponía senda arriba camino al pueblo más cercano. Llevaba camisa blanca, pantalón vaquero marrón, botas camperas, chaqueta de piel hasta pasada un poco la cadera, pañuelo al cuello tapándole parte de la cara para protegerle del viento y sombrero de cowboy demasiado calado, casi a la altura de las cejas.
22 millas marca el pedrusco que deja rápidamente a la derecha del camino por el que pasa. El sol ya le da en la espalda a una altura aún demasiado baja. Casi al mismo ritmo, una ignorante perdiz parece que quiere acompañarle. Le envía algunos saludos, pero nuestro amigo no está para saludos de animales que no sean los de su especie. Aminora el paso. La perdiz se adelanta unos metros. El caballero se para, postra una rodilla en el suelo semiembarrado, con cuidado desenvuelve de su manta el rifle que conserva de la guerra que le regaló su padre. Lo calibra, lo asienta sobre su cuerpo, se santigua y dispara. No falla. Un revuelo de otros pájaros de la zona alertan a similares presas de que algo acaba de suceder. Nuestro caballero, con rostro serio, sereno, se levanta, guarda el rifle, se quita el exceso de barro que se le ha acumulado en la rodilla y se acerca a por su trofeo. Acababa de conseguir comida.

Mientras prosigue de nuevo su camino, ahora más en silencio que nunca, va distrayéndose al desplumar y despellejar a nuestra querida perdiz. Cuando el sol ya le calentaba en exceso la nuca, decidió parar a la sombra de un frondoso árbol. Depositó su macuto y el resto de pertenencias. Se acercó a un arbusto, lo miccionó. Ya estaba mucho más relajado. Ahora tocaba ir a por leña para hacer un pequeño fuego donde cocinar a nuestro primer finado, la perdíz.



El final del camino se acercaba, a lo lejos ya podía divisar la torre alta de la iglesia del pueblo. El sol ahora lo tenía de frente, cuan rival espera a desenvainar la pistola y comenzar el duelo. El cansancio acumulado de todo el día le hace aminorar cada vez más el ritmo del paso.
Al entrar por el puente que da acceso al lugar, ya se siente tranquilo, su viaje acababa de llegar a su fin. Rápidamente buscó habitación en el únoico hotel.
Tras abrir la puerta un tintineo de campanillas avisó a la recepcionista de la llegada de un nuevo huesped:
-Bienvenido a nuestro hotel caballero ¿en qué puedo ayudarle?
-Me gustaría pasar unas noches aquí, ¿tiene alguna habitación disponible?
-Sí, cómo no, la habitación 14 está disponible. Aquí tiene la llave. Se accede subiendo por la escalera de la derecha. Es la última habitación del pasillo. No tiene malas vistas. Sonreía la pequeña y jóven que atendía a nuestro caballero. Son 15 centavos la noche, señor. Si es tan amable de firmar aquí, perfecto. La habitación es toda suya señor.
Los desayunos, comidas y cenas son a horas en punto, 8, 14 y 21 horas. Mi nombre es Marie, me tiene a su entera disposición. Que pase una feliz estancia.
-Muchas gracias Marie, mi nombre es James, James S.Buster. No dude en que usaré sus servicios, pues aquí soy nuevo, y seguro que necesitaré un poco de ayuda los primeros días. Se llevó la mano a la punta del sombrero y saludo a modo de hata luego acompañándolo de un guiño que dejó a la joven Marie con color en las mejillas y una sonrisa tontorrona.

James S.Buster acababa de llegar a su nueva casa. Se había acomodado ya. Rezó sus oraciones de la noche al pie de la cama y, tras reflexionar lo acontecido en el día, dio gracias y se acostó. El sueño, debido al cansancio del viaje, le invadió enseguida.Pero lo que James aún no sabía es lo que le iba a deparar ese lugar durante su estancia.